Microrrelatos Homenaje a Julio Cortázar


Microrrelatos Homenaje a Julio Cortázar
Microrrelatos
VV. AA
ArtGerust
Madrid, España
2014

PRÓLOGO

Cortázar, el jefe de una tribu en peligro de extinción
Dámaso Alonso nos contó, en una edición crítica de Soledades, que Góngora fue un poeta para poetas. Luego, otro estudioso, Francisco Rico, nos dijo que la literatura es la historia de la literatura, o lo que, llevado al lenguaje llano, es lo mismo que decir que a todo escritor lo edifica, da pulso y condición otro escritor anterior en el tiempo.
Para el narrador habitual, Cortázar es un explorador. Un explorador armado con un catalejo. Pónganle, si quieren, un loro en el hombro, que más imaginación tuvo que Stevenson; si quieren, llévenlo por largos ríos, que más extensas fueron sus frases que las de Conrad. O mejor, acompáñenle a los barrancos con color de elefante de Juan Benet y, desde allí, sitúenlo en la frontera entre la realidad y el artificio de Borges, que Cortázar se balanceará.
Para el narrador habitual, Cortázar debe sostener un todo. Las recurrentes frases de puntuación abrupta, técnica intencionada y medida en algunos fragmentos de Rayuela –ggayuela diría él, y es que padecía de ese trastorno llamado rotacismo– que conlleva la sucesión de repentinos hallazgos e imágenes repentinas, sirven de reflejo para que el lector inspeccione en lo invisible; los relatos sin efectismos ni sorpresas finales – tan de escritores autoproclamados como perezosos: Aldecoa, Augusto Monterroso o Alice Munro, último Premio Nobel–; los relatos con efectismos y sorpresas finales; el viudo de Celina, el saxofón de Charlie Parker empeñado para droga, las guerras y guerrillas de degaste contra inconcretos e inanimados seres en las estancias de una casa tomada…
Para el narrador que empieza y busque referente, sepa que Cortázar era muy tabaquero, alto y guapo, y que, a medida que envejecía, hay anécdotas sobre ello, lo era más.
Para el narrador que empieza y no encuentre referente, sepa que, si se recrea en el noble arte de la masturbación mientras suspira por su vecina del tercero que se va con un musculito que tiene un cochazo, la simbología amorosa de París, su ternura y bohemia, depende en alto grado de Cortázar. Y, como todo genio entregado al arte de las letras, Morrison, Foster Wallace o Martín Santos, murió en circunstancias adversas; unos dicen que de leucemia, otros que de sida.
En cuanto al lector, sepa:
-Leer a Cortázar y decidir consagrar su vida a la escritura (positivo).
-Leer a Cortázar y encontrar felices equivalencias entre el estado anímico derivado de atisbar un colibrí y el sentimiento provocado por el corte repentino de una película en su momento de mayor excitación para introducir un anuncio de somieres (positivo).
-Introducirse en la interpretación de Cortázar pasados los cuarenta (negativo).
-Leer a Cortázar en voz alta (positivo).
-Leer a Cortázar y hablarle de ello a amigos (negativo).
-Leer a Cortázar y descender a círculos donde la imaginación se dispara y sentirse, en consecuencia, un inútil (positivo).
-Leer a Cortázar y sentir germinar la nostalgia de una soltería anterior e improrrogable (positivo).
-Releer a Cortázar (positivo).
-Releer a Cortázar, desde la vanidad y el capricho, ya que de una primera lectura casi no aprehendió nada (negativo).
-Leer a Cortázar y pensar para sí mismo que cualquier tiempo pasado fue mejor e imaginarse en el Nueva Orleans del jazz y de los felices años 20, o en el lado de allá del Sena, París-Montparnasse, pintando cuadros (positivo).
                                                                      José M Sánchez Moro


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