Estrechando para la Paz


Estrechando para la Paz
(Antología)
IV Encuentro Hispano Marroquí de Poesía
"Carlos Cano", Tetuán, 2014
Coordinado por Ahmed Mohamed Mgara
VV. AA.
Poesía, relatos
Estrechando
Cádiz, España
2014

Prólogo

CARLOS CANO, LA HISTORIA DE UN MORISCO
Por Patricio González García

Contaba Carlos que la primera vez que abrió los ojos a la vida vio sobre él la mirada marrón de una golondrina, brillando como dos luceros, que le sonreía emocionada, apretándole contra su pecho. Era su madre, Mamá Lola.
Pero las cartas decían que había nacido en el Ecuador hace más de 180 años, antes de haber sido golondrina y después de haber sido leopardo. Sin embargo, nació a la forma de vida que entendemos, un 28 de enero de 1946.
Celoso de su libertad, probablemente fue el terror, la violencia, la leche americana, la soledad, la tristeza, lo que dejó en él esa manera melancólica de cantar.
Carlos aprendió en las estrellas que no hay nadie igual a otro. Y escapó de los cuchillos y del resentimiento. Carlos tuvo la dicha del olvido para poder vivir. Como un sentimental que era, conservó de aquel infierno en la memoria, sólo los días luminosos, las campanas de la Vela, las golondrinas de Plaza Nueva, los gomeros, el áspero sabor de la almecina, amarilla por dentro y negra por fuera, las rodillas de costra y tierra y alguna que otra pedrada que le dejó la vida en su cabeza de pajarito, de volaera, de bulanicos….
Y soñaba… ¡Dios mío, cómo soñaba!. Y bajaba los escalones de tres en tres. Y volaba…. ¡Dios mío, cómo volaba!!!. Y vencía a todo, y se escapaba por el bosque de la imaginación..
Carlos fue brujo, escritor, cantante, morisco, gitano, beréber, sirena, gayamba, monjita de convento, bandolero, pirata, guerrillero, abogado de pobres, contrabandista y justiciero.
Se aferraba al instinto cuando le traicionaba la inteligencia. Aprendió a cantar y a golpear las cuerdas de su guitarra como si fuesen barrotes de una prisión.
Que le ganó una primera batalla dura a la muerte y que esperaba, todavía, que le pasase lo más importante de su vida, cuando perdió la segunda batalla.

Nació en la calle Rodrigo del Campo, que hacía esquina a otras dos calles, dentro de una familia recién llegada de la guerra y bastante traumatizada.
Era el mayor de tres hermanos, dos varones y una mujer. Como sus padres estaban separados, fue criado por su madre y por su abuela: tuvo una familia de mujeres y una infancia dura en Granada.
Andaba por Plaza Nueva fumando cigarrillos de matalahuba y defendiendo con su espada todos los sueños que tenía de niño.
Había en la ciudad una puerta de entrada al paraíso, el gallinero de las musarañas. Una especie de Corte de los Milagros, habitado por retales humanos absolutamente extravagantes, ennortaos y zumbaos, apontocaos en Babia, trápalas, follarpas y apollardaos. El disloque total. La otra cara de la luna. La pirueta del sistema nervioso. La tarasca. El copón de Quentar. Todo un catálogo de recortes humanos  y de sueños en las rebajas de la vida.
Le rajaban la pelota en el Pilar del Toro, donde jugaban a las cajillas y a las marcas de coche. Los días de bautizo se reunían en Santa Ana gritando eso de ¡Eche usted padrino, no se lo gaste en vino!. Y con lo que les daban, se iban a comprar chucherías al puesto de Beba.
También pasaba por allí Varolio. El Paniolla, que parecía Carpanta, por el hambre. Y el aviones. O Elvira que venía por la calle gritando eso de “!Niña, la permanente, que tenéis los pelos esturreaos!!”.
O la loca del punto que iba por la calle haciendo punto con dos enormes agujas a la misma velocidad que corría. Eran los habitantes de Babia, los babilonios. El auténtico fotomatón de la ternura, esa cartografía sentimental de la chalaura  de Graná, a la que debía su inspiración. Esa musa que le dictó la receta divina del dulce de  calabaza de la receta de las monjas.
A los 16 años, Carlos cambió de casa, coincidiendo con la época en la que comenzaba a salir. Tres años después se fue a trabajar a Suiza. Estuvo en la parte francesa, en varios ciclos de tres meses, en verano, limpiando habitaciones.
Siempre recordó esa época como muy triste. También estuvo en Alemania y eso le permitió ganar algún dinero que le valió para irse a Barcelona donde estudió electrónica.
En Europa descubrió el racismo: todo el que era moreno provocaba un especial rechazo.
Tampoco terminó electrónica, como casi todo lo que empezaba porque la verdad es que no estaba haciendo lo que le gustaba. Al final se dedicó a la música pero sin voluntad alguna de publicarla porque no le gustaba salir a los escenarios. Y un día sin saber porqué, se vio metido dentro de esto de los escenarios y ya no pudo retroceder.
Empezó a escribir canciones como quien escribe sus impresiones en un diario. Un vecino del barrio que se marchó de Granada le dio su guitarra pintada de negro. Ahí empezó a hacer canciones. La primera que compuso se llamaba  LA MISERIA, escrita al final de la dictadura y podía hacer pensar a la gente que era un alegato contra la miseria económica. Sin embargo, se trataba de la miseria mental de una ciudad que le oprimía. Y la hizo con mucha dureza. Muy cruda, muy urbana. Decía así:
La miseria
Vengo de abajo cansado de tanta cuesta.
Vengo, no sé a donde voy, huyendo de ella
La miseria
Tiene en su casa las uñas de la soberbia.
Vive en un mundo cerrado del que se alimenta.
La miseria
Es el lugar donde nací,
donde no quiero yo morir.
Es un lugar muy especial
para el amor y la moral.
La miseria
Vengo de abajo, de un valle
podrido de yerba.
Donde no existe el futuro, solo la miseria.

Al principio también cantaba canciones de otros y entre sus preferidas estaba LA MURALLA de Quilapayún. Pero quien más le gustaba era Violeta Parra y su “Gracias a la vida” aunque también le gustaban mucho Serrat y Paco Ibáñez.
La primera vez que actuó en público los nervios le hicieron vomitar todo. Tenía una faringitis horrible y lo pasó fatal. Siempre le ocurriría lo mismo y era por el respeto que le producía el público. Él me contaba que al salir al escenario era como si se desnudara, sobre todo en la primera canción y, luego, ya se iba calmando, desaparecía José Carlos Cano Fernández y aparecía Carlos Cano que era quien cantaba. Por eso su concepto de éxito fue siempre el del trabajo bien hecho porque era un perfeccionista.
La segunda tortura que sufrió fue en el Aula Magna de la Facultad de Medicina de Granada dentro de que lo que se denominó “Manifiesto de canción del Sur”. Hubo problemas de censura y llegó a ser encarcelado y en el calabozo escribió la canción  ANOCHECE que después le hemos escuchado con el también llorado Enrique Morente a quien había conocido en Francia en 1972, precisamente en un Homenaje a Lorca.
Los caminos se cruzaron y en Paris fue su primera actuación  realmente pagada en el extranjero.
También allí conoció a Ian Gibson o Francois Truffaut.

Pero siempre volvía a Granada y sacó su primer elepé con la canción más importante del mismo: LA VERDIBLANCA con la que contribuyó a la reivindicación de todo el movimiento andalucista por encima de partidos políticos.
Esta canción no fue prohibida porque en Madrid no tenían ni idea de lo que era eso de blanco, verde y blanco.
Así se fue profesionalizando Carlos que componía cuando necesitaba contar algo.
Murió Franco. Y de pronto, de la noche a la mañana, se perdió la memoria. Llegaron los cambios y este país se convirtió en moderno. Desaparecieron todos  los elementos populares y el flamenco se convirtió en cosa de la España negra. Lo que ocurrió es que la izquierda quería ocultarlo todo en el desván de los recuerdos. Y todo se convirtió en movida y modernidad que no dejaron nada.
Tuvieron que pasar diez o quince años para que renaciera lo que ya existía. Ya lo decía el propio Carlos Cano que Paco de Lucía tenía más sellos en su pasaporte que todo el rock español junto.
Pero en nombre de esa progresía se creó otra vez la cultura de la pandereta. Se produjeron las películas más desastrosas, con batas de lunares más franquistas que cuando estaba Franco.
Según el propio Carlos, esa época se podría resumir en esta frase: “No me sorprende los granujas que son sino lo rápido que han aprendido”.
Pero él seguía tocando la guitarra y sacó su segundo disco A LA LUZ DE LOS CANTARES en el que intentó recoger la forma de hablar de la gente de la calle. Decía que probablemente, el acento andaluz, era el último lugar en el que se refugiaban los moriscos, porque nuestra forma de hablar suena a árabe. Decía: “Perdemos el idioma, pero lo compensamos encontrando la musicalidad”.
Carlos recuperó las murgas de Emilio el Moro, un personaje muy conocido que le cambiaba las letras a las canciones populares. Utilizaba los ritmos como el pasodoble para cosas diferentes.
Llegó a formar un grupo en Granada pero se dio cuenta de que la entrada principal de la ciudad  de la Alhambra no era el Arco de Elvira sino La Puerta de Alcalá.
En 1978 publicó CRÓNICAS GRANADINAS que era un auténtico viaje  interior al conflicto de un adolescente y su propia ciudad, una ciudad tan mágica y hermosa como Granada. Ese disco enseñaba que para vencer a esa ciudad, para poder sobrevivir, había que rendirse. Y había que rendirse a la belleza. Realmente es la historia de que un día fueron posibles todos los sueños. Es la historia de como se desarrolla Al Andalus. O, en otras palabras, Granada.
El disco se podría haber llamado perfectamente Boabdil.
Y llegó su segundo viaje fuera de España. Marruecos. Empezó en Agadir y terminó en Tetuán. En Agadir fue anunciado como “cantante español”. La segunda actuación fue en Marrakech y ya fue anunciado como “cantante andaluz”. Y en la tercera, ya en Tetuán fue anunciado en los carteles como “cantante andalusí”.
Desde allí le escribió una carta a Antonio Gala en la que le decía: “Andalucía está donde tiene que estar, ni más arriba ni más abajo”. 
Sacó su siguiente disco DE LA LUNA Y EL SOL con secuelas claras de sus Crónicas Granadinas en temas como EL REY ALMUTAMID DICE ADIÓS A SEVILLA o A ORILLAS DEL RÍO donde cuenta la historia del gran amor de Almutamid. Después EL GALLO DE MORÓN, melodías alegres y contenidos tristes, algo típicamente andaluz.
Decía que había que “residir o resistir porque Andalucía nunca ha sido un camino de rosas. Exige un alto precio pero a cambio se conservan vivos los orígenes, la memoria y el fundamento creativo, sin olvidar que Andalucía suele ser mezquina con su gente, lo cual define su complejo de inferioridad. La mayoría de nuestra clase dirigente acaba creando en nosotros un sentimiento de frustración, un clima de destierro interior que termina por echarnos al monte. Si en estas cosas Sevilla se lleva la palma, Granada se lleva el alma, por eso no es nada extraño que los andaluces vengamos al mundo no con un pan debajo del brazo, sino con un billete de tren en la cartera. No hay que ser duro con los que se van fuera, uno no es de donde come, sino de donde sueña…..”.
“En Andalucía somos del Betis manque pierda o de la capacidad y la gracia de los carnavales de Cádiz, o de la profundidad del flamenco, pero solo en el escenario porque entre bastidores nos abrazamos como cómplices con los causantes de nuestra propia degradación.
Por eso me avergüenzan aquellos andaluces que nos llenan de ruina, paro y mentira, usando la bandera verde y blanca para envolver todo ello.”
Todo esto le valió el odio del Gobierno de Andalucía que durante casi toda su vida lo intentó boicotear para, luego, a su muerte, concederle cínicamente el nombramiento de HIJO PREDILECTO DE ANDALUCÍA.
Pero él seguía su vida y sus canciones con QUÉDATE CON LA COPLA, LUNA DE ABRIL, RITMO DE VIDA o EN DIRECTO.
Tenía que actuar en sitios donde la Junta no interviniese para boicotearlo. Aquí en Algeciras, actuó muchas veces en nuestro Teatro Florida y, luego, nos íbamos a charlar de la vida, unas veces con Julio Pardo, otras, con Miguel Ángel Arredonda. Y hablábamos hasta el amanecer, de la vida, de la copla y de la amistad.
Ya en 1995, en marzo, murió el cura Diamantino García Acosta, otro buen amigo a quien Carlos le dedicó estas palabras: “Los jornaleros, los moros, los sudacas, los cobrizos y los gitanos y toda la morralla de este mundo están por ti de luto. Y los olivos, mi corazón, el aire y los jazmines, y Andalucía entera de luto. Estoy solo, desconsoladamente solo para llorarte pero quiero agradecerle a la vida el haberme permitido conocer a un ser como tú. Diamantino García Acosta. Cura obrero del campo andaluz y memoria de nuestro pueblo. Que tu gloria sea nuestra esperanza”.
Y casi como una premonición, Carlos cayó enfermo al mes siguiente, en abril. En mayo le diagnosticaron aneurisma de aorta. Dejó de trabajar. Me llamó Miguel Ángel Arredonda y me dijo: “nuestro amigo se va a Nueva York a operarse”. Yo estaba en plena campaña de las municipales y aunque sentía dolores en el pecho, lo achacaba a una gripe. Incluso, participé en la fiesta de Santa Rita, patrona de los funcionarios y llegó a darme un revolcón una vaquilla.
Recuerdo que el último día de campaña y una vez finalizado el acto final de la misma, me fui al HOTEL ALMAR donde elegíamos a la Reina de la feria. Me encontraba realmente mal, agotado y con dolor. Era el 25 de mayo de 1995. Detrás del escenario, me encontraba sentado y con los ojos cerrados cuando un funcionario de festejos, mi amigo, Pepe Arroyo, me dijo: “Están operando a tu amigo Carlos Cano”. Y a mi me estaba dando otro infarto. El mismo día y a la misma ahora que operaban a mi amigo.
Yo ingresé en el hospital Punta Europa el día 29 de mayo, después de las elecciones. Estuve allí hasta la toma de posesión, salí, tomé posesión y me llevaron a Córdoba, al Reina Sofía.
Estuve allí mucho tiempo. Hablé varias veces con Carlos que se recuperaba bien pero estaba muy enfadado y me decía que mientras nosotros luchábamos por la vida, Antonio Flores, el hijo de Lola Flores, se había suicidado.
Me operé el 18 de julio de 1995.  Me colocaron tres by pass y salí bien de aquella operación a corazón abierto.
Esto nos unió más y me decía que él había nacido el 25 de mayo de 1995 en Nueva York, provincia de Graná. Y me decía siempre que la vida era lo que nos quedaba por vivir.
Vino a cantar otra vez a Algeciras y durante la cena yo seguía sin encontrarme bien. Y fue él junto con Pepe Chamizo y Rafael Pérez de Vargas quienes me convencieron junto con mi familia para operarme en Estados Unidos. Así lo hice y allí me operaron en mayo de 1996 en la Clínica Mayo.
Todo esto nos unió más y llegó el centenario del nacimiento de  otro grande, Federico García Lorca. Y Carlos le rindió homenaje cantando EL DIVÁN DE TAMARIT. Era 1998. Lo hizo  en los jardines del Generalife en Granada y allí estuvimos todos sus amigos acompañándole.
Ya, casi despidiendo el siglo, año 1999, Carlos grabó LA COPLA, MEMORIA SENTIMENTAL. Y ya en el 2000, DE LO PERDIDO Y OTRAS COPLAS.
Ese año le pedí que fuese el pregonero de la Feria Real de Algeciras. Y, por supuesto, aceptó. Sin acompañamiento, sin guitarra, sin efectos especiales, sólo su voz y un atril. Su carta de amor a Algeciras es lo más precioso que he escuchado y del que les voy a leer un trocito………
“He buscado palabras sobre ti en el corazón de mis amigos especiales. Para poder hablarte he pedido palabras y me han dado peces, árboles, cometas, sueños, guitarras y
leyendas de una ciudad que fue quemada por su Rey en el siglo XIV. Quemada por amor.
Aquí llegó Hércules buscando las manzanas doradas del jardín de las Hespérides, y en una isla del Estrecho, la del perejil creo, con la hechicera  Circe, embrujó a Ulises. Y en la otra, Sanctipetri, se abrieron las puertas de la Atlántida. Aquí también llegó procedente de Babdag, huyendo de la muerte, el pájaro negro que inventó la primera guitarra para añadirle al laúd árabe una cuerda más. Ordenando jarchas y zéjeles que creó la nuba arábigo-andaluza, origen moderno de la música que hoy conocemos como culta.
Aquí bebió y amó Almanzor, camino de Córdoba, que sería llamado “El Victorioso de Alá” y que en toda su vida acaso fue feliz unas pocas horas, dando por ello gracias al Altísimo porque le parecieron demasiadas.
Aquí sobre estas orillas. Hércules sostuvo las columnas que mantenían al mundo el mismo mar por donde cruzaron, maldecidos por haber perdido Al Andalus los granadinos perseguidos para siempre por la melancolía y la tristeza. Todavía hoy sus descendientes guardan en el corazón las llaves de las casas de la ciudad dorada.
En este mismo mar que trajo marineros heridos de Trafalgar y soldados rumbo a la guerra  de Marruecos. El mismo mar que hoy devuelve cadáveres sobre sus orillas. Cadáveres de todos los que huyen  en las pateras de la miseria, del monstruo terrible del hambre y la desesperación.
Un día andaremos por el mar, caminaremos por las aguas que no serán del lago Tiberíades, ni tampoco del Mar Rojo, sino por las aguas del Estrecho, donde desembocan todos los sueños de la vieja Europa. Y chillarán las gaviotas asombradas sobre nuestras cabezas, dando fe del milagro de la tempestad que traerá las semillas de los nuevos tiempos y todos, con el corazón duro, andaremos por un camino de plata quieta.
Dedico palabras de cariño en este 150 aniversario de su Feria Real a mi hermano del alma Paco de Lucía, hijo también de aquél pájaro negro que vino de Babdag cuando el mundo era más limpio y la muerte no se disfrazaba de palabras. Las dedico a su manera de contar las estrellas de tu cielo con su guitarra, las estrellas de tu cielo donde la mar es ritmo, las nubes, armonía y el vuelo reposado de los pájaros, el canto hermoso de Andalucía, la libertad.
Algeciras, Al-Yazirat. Te comeré viva. Después de los salado, lo dulce. Después de tu corazón, tu boca”.
Esta fue su carta de amor para Algeciras.
Él tenía muy claro su origen morisco y nazarí. Hablaba de su Granada de esta manera: “Según se entra al fondo de mi corazón, en un lugar profundo de la izquierda, hay una isla rodeada de cielo y estrellas que yo llamo Granada. Pensativa y triste, la luna siempre parece preguntarle ¿Qué te pasa, hija mía??, y ella responde:! Qué me duele el mundo!. Extrañas y olorosas flores crecen en su lado oscuro, y amarillos y alargados chopos en su lado claro. Sus habitantes, en castigo por haber sido un día la quimera del mundo, persiguen sueños que jamás tendrán.
La luz de su guía es: “si te quejas del amor, no eres de los nuestros”.
Cientos de gatos pueblan sus murallas y sus ríos, son el espíritu de las almas perdidas que tienen el color almagra de la sangre, la fuerza de la soledad, y el poder amarillo del otoño, y sus ojos como pozos de agua, y sus labios dulces y oscuros como dátiles, tienen el perfume del membrillo y la acerola, y en los besos el áspero sabor de la azofaifa.
Este es el Legado Andalusí que tanto hablan los profetas. Ciudad de mi corazón, perdida para siempre en el recuerdo, llena de sueños y criaturas solitarias. Hubo un día otro nombre para la tristeza, y éste fue el tuyo, melancolía.
Ben Garnata, Al Nazarie, Reina de la noche.
Mi corazón remontará el cielo como un gavilán cuando tus labios me dicen: Habibi, habibi, habibi.”
Esta era realmente su declaración de intenciones, su compromiso con la vida y con su tierra a la que le dedicó esta preciosa canción:
SIN TI NO PUEDO VIVIR
Me huyes, te persigo
me maltratas, te llamo
reniego, te maldigo
pero sin ti me muero.
Te cubro de caprichos
me desvivo a tu lado
to me parece poco
to te parece raro.
Pendiente de tu vida
que no te falte nada
el sol yo te lo busco
y la luna también.
Sin ti no puedo vivir.
Causa de mi perdición
que me perdone el señor
sin ti no puedo vivir. 

Carlos Cano moría a los 54 años el 19 de diciembre del año 2000  al sufrir un cuadro de muerte súbita después de haber salvado las mayores complicaciones médicas tras ser intervenido el 28 de noviembre de una rotura severa de la aorta. Eran las cinco y media de la mañana. A las ocho me llamó Miguel Ángel Arredonda y marché con Izaskun a Granada para velarlo con todos los que le queríamos.
El 22 de febrero del 2001, justo dos meses después de su muerte, la Junta de Andalucía, la misma que le había negado el pan y la sal. La misma que no le había perdonado nunca el ser un morisco, un andalusí, le concedió el título de Hijo Predilecto de Andalucía. Lo firmaba el Inquisidor del siglo XX, Manuel Chaves. Después de muerto, como siempre.
Carlos era el corazón latiendo sin parar cada instante.
Por eso amó a los débiles con ternura infinita y defendió a los débiles utilizando su santa intolerancia. Siempre. A lo largo de su bella existencia.
Y por esa razón y en ese instinto encontró a sus amigos y fue leal con ellos. Leal hasta la muerte.
Amigos a través del amor y del conocimiento, juntos amamos a esta hermosa tierra, débil también, lo mismo que sus gentes. Y fue dejando trozos de su corazón en cada esquina; en las blancas paredes de sus pueblos  y en las verdes llanuras de sus campos.
Carlos fue verde y blanco hasta los huesos por medio del amor y del conocimiento.
Carlos fue con Granada la verticalidad de su sierra nevada y la triste nostalgia de su ciudad antigua.
Y conoció el dolor y la tristeza. Y fue aprendiendo a entreabrir los ojos. Y yo lo sé muy bien porque estuve muchas veces a su lado.
Carlos era una voz profunda en la garganta. Un grito a veces, latido de sus pulsos. Carlos era también la voz de la ternura suave y dulce como la caña de azúcar.
Y fue duro con él hasta domar sus ritmos. Y fue tierno con él hasta quererse mucho que es la mejor manera de querer a los otros y de reconocer también a aquellos que le dieron castigo. Y yo lo sé muy bien porque estuve muchas veces a su lado.
Y Carlos era, sobre todo, el creador sin pausa ni descanso. Necesitaba de un lenguaje propio para expresar lo que llevaba dentro; para comunicar ese amor franciscano por la naturaleza y por las personas.
Buscaba en sus raíces la savia verdadera que una vez depurada y destilada utilizó para aplacar la sed de mucha gente. Aquella gente que estuvo de puntillas temiendo lo peor durante muchos días.
También lo vi y estuve con el con su sudario último y su perfil morisco.
No habrá lugar por siempre en el olvido para el morisco altivo, tierno, dulce y bueno. Nos enseñó a querer tanta hermosura, a amar con tanta fuerza lo más tierno que nunca encontraremos algún lugar posible en el olvido.
Si Blas Infante no hubiese escrito esa letra, LA VERDIBLANCA hubiese sido el Himno de Andalucía:
De Ronda vengo
lo mío buscando,
la flor del pueblo,
la flor de mayo,
verde, blanca y verde.
Ay, que bonita
verla en el aire,
quitando penas,
quitando hambre,
verde, blanca y verde.
Amo mi tierra,
lucho por ella,
mi esperanza
es su bandera
verde, blanca y verde.
Que alegres cantan
las golondrinas.
Tierra sin amos,
tierra de espigas,
verde, blanca y verde.
Cómo relucen las amapolas
de Andalucía trabajadora,
verde, blanca y verde.
Amo a mi tierra,
lucho por ella.
Mi esperanza
es su bandera
verde, blanca y verde.

Era de la estirpe de García Lorca y Blas Infante, por siempre y siempre andaluz del mundo, hermano de los pobres y defensor de las causas de los desheredados. Por eso se fue tan pronto de la vida que amaba. Su aorta malherida no pudo soportar la corriente tumultuosa de desesperados que llegaban a nuestra tierra.
Carlos Cano, a quien necesitamos todavía y necesitaremos siempre que haya amor y desamor, siempre que haya libertad y haya tiranía.
Él que nos dio tanto. Y yo lo sé muy bien porque estuve mucho tiempo a su lado.
Él: Carlos Cano. Por siempre.

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