A corazón abierto


A corazón abierto
Cuentos de amor
VV. AA.
Editorial Verbum
Madrid, España
2015

Reseña

De lo idílico (sin por ello implicar forzosamente lo falso), a lo real crudo, de la alegría a la amargura, pasando por la resignación, el desencanto, la ironía cáustica, pero también la comprensión capaz de anular el maniqueísmo del bueno y del malo. Teniendo en cuenta la condición imprescindible de tema tan universal  y constante como es el amor, conforme la propia literatura ejemplifica desde siempre, resulta de veras gratificante también considerar la multiplicidad de perspectivas con la que estos autores contemplan y elaboran una materia literaria cuya importancia radica justamente en las posibilidades que encierra para intentar definir y describir el ser y la realidad humana. Que es, obvia decir, el más alto reto de la literatura.

Eugenio Suárez-Galbán

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Prólogo

Un certamen literario es una buena manera de tomarle el pulso al estado actual que atraviesa y el nivel que alcanza la literatura en un determinado momento. Más en concreto, permite valorar tanto la escritura como la lectura de la actualidad, pues no hace falta recordar que se escribe desde lo que se vive y desde lo que se lee. Sobra también recordar, ahora que estamos acostumbrados en los últimos tiempos a escuchar críticas y quejas respecto al decaimiento de la cultura, y, en el caso de la literatura, el de la lectura, y con ella, la escritura, debido quizá no tanto quizá a las nuevas tecnologías, como tantas veces se afirma, sino más bien al dominio de un pragmatismo pedagógico insensible, no ya de la importancia, sino hasta de la necesidad que suponen las humanidades. Sorprendería a muchos, pues, comprobar que el resultado del concurso de cuentos de Verbum 2014 termina reafirmando la creencia en la literatura, y por extensión en el arte en general, como un atributo humano indispensable, y por tanto tan duradero cuanto lo será la especie humana. Dicho de otra forma, contrario a los agoreros que anuncian el próximo fin de la lectura y de la literatura, una clara mayoría de estos cuentos parecen afirmar lo contrario.
Tampoco hace falta recurrir a manuales e historias de la literatura para constatar que el cuento debió de ser el primero de los géneros literarios ejercidos por la humanidad. Basta la propia lógica para comprobar esa urgencia que tenemos los seres humanos de contar historias, y que la misma Historia viene reafirmando a lo largo de los siglos desde que aquellos seres más primitivos que ya poseían, no obstante, la palabra se empeñaban (acaso alrededor del fuego, creciendo la oscuridad tenebrosa) en contar, narrar sin más por el momento, concentrando toda la energía en el relato en sí como medio de ahuyentar el miedo, los malos espíritus, o quizá también convocando la ayuda de los dioses. Después, siglos después en el largo proceso de la evolución, a medida que se iba cobrando conciencia estética, la elaboración estilística —el dorar de la píldora— fue imponiéndose como medio aún más eficaz para comunicar el mensaje. Pero no se trata de encasillar una forma literaria, argumento y herencia de la rebeldía romántica decimonónica que se ha utilizado para negar la realidad de los géneros literarios, y que no pasa de ser un malentendido al reconocer simplemente la obviedad de que determinadas necesidades humanas se encauzan a su vez sobre determinados medios que las cumplen y satisfacen con mayor acierto. Por lo demás, también pasarán siglos antes de que el cuento se vea desplazado de su preeminencia narrativa por su hermana mayor, la novela.
Desplazado, pero no anulado. No en balde el cuento, tal como lo conocemos hoy día, el cuento moderno, nace conjuntamente con el periodismo hacia fines del siglo XVIII, el de las Luces, cuando de veras comienzan a realizarse las promesas del Renacimiento tras la interrupción que supuso en muchos sentidos la Contrarreforma y el Barroco, no obstante su esplendor y empuje cultural que incluyen nada menos que el nacimiento de la novela moderna con Cervantes y la novela picaresca, para limitarnos a la narrativa. Siglo también el dieciochesco que registra asimismo el creciente poder político y cultural de la burguesía en aquella su primera manifestación relevante que Goethe no vaciló en clasificar de “revolucionaria”. Y para atraer y satisfacer a ese nuevo lector, los periódicos, y tras ellos las revistas, comenzaron a insertar cuentos en sus páginas, es decir, también noticias, aunque ficticias, que iban despertando un creciente interés en el público por el género. Como ya se habrá previsto, esta tradición del cuento incorporado en periódicos y revistas hacia fines del XVIII y comienzos del XIX preludia y derivará en nada menos que las novelas por entregas de tales maestros como Dickens, Henry James, Balzac, Galdós y un sinnúmero de escritores después.
Fue precisamente en ese mismo momento en el que la novela por entregas comienza su apogeo, que el cuento a su vez comienza a descubrir y desarrollar características que perduran hasta la actualidad y que implican su modernización, por cuanto facilitan el máximo desarrollo de una serie de elementos literarios que potencian el interés y la lectura igualmente al máximo. Sin duda alguna, la figura de Edgar Allan Poe se encuentra a la cabeza y en el centro de estas nuevas tendencias. Hoy puede que nos parezca casi perogrullesco su descubrimiento de que el cuento debe ceñirse a un solo suceso, y si rematado por una sorpresa, tanto mejor, pues ello no hace otra cosa que eso mismo: rematar, redondear, recalcar ese solo suceso. No fue siempre así, sin embargo, y durante un tiempo que trascendió la propia existencia de Poe, se llegó a confundir el género con la viñeta, la estampa, el retrato, y demás formas breves que en vez de desarrollar una trama, describen sin más un paisaje, una persona, una costumbre (justamente el movimiento costumbrista del XIX aupó estas variantes). Es más, todavía hoy no es tan raro hallar un escrito que se presenta como cuento  pero que se aproxima más a una de estas formas breves sin suceso definido y definitivo. Avanzado el siglo xix, hacia sus fines, de hecho, con Antón Chejov se va introduciendo un dénouement o final que convierte el suceso más bien en una revelación, lo que otro consumado maestro de esta variante, James Joyce, unos años después clasificaría de “epifanía”. La sorpresa ahora, en vez de golpear con una acción, si no tajante y repentina (el descubrimiento por la policía del criminal en “El gato negro” de Poe cuando el gato comienza a maullar), entonces mediante una revelación que puede sorprender tanto al personaje, como al lector, o como a los dos a la vez (el descubrimiento ahora de parte de Gabriel en “Los muertos” de Joyce de los secretos de su esposa, así como del propio autoengaño respecto a su papel como marido y figura social destacada que el lector tendrá que recoger). Es verdad que ambos tipos pueden coincidir en el final de revelación, como se ve, sin ir más lejos, en el cuento mencionado de Poe. Ocurre, sin embargo, que la revelación ahí —el reconocimiento por parte del personaje de su descubrimiento como criminal, así como el del lector— queda eclipsada por la fuerza de la sorpresa tan inesperada que contrasta con el sutil planteamiento de la revelación en Joyce, el cual deja al lector recordando o revisando las pruebas a lo largo del cuento que sellan ese final revelador.  Con frecuencia, para aún mayor integración, colaboración y activación del lector como partícipe en el cuento, deja el autor en el aire adrede ese final de revelación, final abierto que plantea enigmáticamente más de una o incluso varias posibilidades, tal como “En la dama y el perrito” de Chejov, cuya última solución parece consistir en un continuo rumiar de alternativas.
Conocido es el consenso que sostiene que el cuento es un género que hila fino y no desperdicia hilo, por así género que ya en el principio encierra el final, y viceversa, pues, y con una economía de palabra que no admite el más mínimo exceso. Si la relativamente frecuente costumbre de iniciarse en la escritura escribiendo cuentos proviene de la idea de que se trata de un género más fácil o accesible al neófito, se trata entonces de lo que solo puede clasificarse de un malentendido, misterio, o sinsentido. Desde luego, la impetuosidad y fogosidad identificadas con la juventud no parecen prestarse demasiado al ejercicio de género tan exigente, cuya necesidad de economía se traduce en una brevedad narrativa que facilita una vulnerabilidad mayor ante la crítica y el juicio editorial, al favorecer también el desvelamiento más rápido de cualquier fallo o desliz. El poema que para algunos se salva por un verso, la novela que para otros la salvan uno o varios personajes, el drama con un discurso o una escena clamorosa que lo redimen ante el público que aplaude entusiasmado, olvidando su anterior tedio: semejante reacción, si no del todo imposible, es ciertamente menos probable al finalizar la lectura de un cuento, la cual solo se salva e impacta en la medida en que ese final recoge y cierra como en un puño y de una vez por todas todo lo anterior.
De todo también hay en este certamen, como era de esperar, a despecho, conforme ya dijimos, de los agoreros que pronostican un futuro oscuro al que nos lleva ya un presente literario supuestamente más endeble cada vez. La capacidad narrativa, para empezar, independientemente de los fallos genéricos que en cualquier cuento puedan percibirse, es consistentemente alta. No hay que olvidar que la primera función, misión y obligación de un buen narrador es narrar, por sentado, hasta que nos topamos con un tostón, permítase el vulgarismo para volver a recalcarlo. Asimismo, un número de cuentos logran cuajar brillantemente uno o ambos de los desarrollos y culminaciones que hemos visto que configuran el género en su manifestación moderna. Pero no todo el monte es orégano, según ya advertimos, y hay cuentos que tras un no menos brillante desarrollo que crea un alto grado de suspensión y tensión narrativa, defraudan con un final que no está a esa misma altura, al proveer un exceso de información que estropea la sorpresa, o eliminan la participación del lector al privarle de la posibilidad de sondear y averiguar por cuenta propia, participando así más plenamente en el proceso creativo. Los hay también cuyo final es previsible, no por un exceso de información necesariamente ahora, sino más bien y simplemente porque el suceso o la revelación no han sido bien preparados, al igual que lo que puede ocurrir con un final forzado que no responde al desarrollo anterior de la trama o elementos que deben conducir a otro final más consecuente. Por último, hay casos en los que el mismo suceso simple y llanamente no cumple con el principio de interés humano, no pasa de ser eso, un solo suceso, pero uno que no alcanza la categoría de singular que exige cualquier noticia digna de leerse como un relato que llama la atención por algún aspecto que reviste cierta importancia o relevancia, aun cuando hay que admitir que el criterio de juicio aquí puede resultar arbitrario a ratos.
De sumo interés resulta igualmente la incorporación de temas y elementos desconocidos o ignorados hace escasamente unos pocos años, cumpliéndose así una de las funciones más importantes y tantas veces ignoradas de la literatura, como es reflejar la realidad actual, y más específicamente en este caso, los cambios generacionales que trae el paso del tiempo. Como en el mejor manejo de esa realidad que nos rodea, no son aquí en estos cuentos ni simples aditivos ni complementos ambientales sin más los objetos y mecanismos —ordenadores, teléfono móvil, Internet, etc.— con los que la tecnología nos facilita, pero que también puede complicar y abrumar a veces nuestras vidas. Cobran en el mejor de los casos un peso simbólico sub-textual, representativo, por ejemplo, de la rapidez con que pueden cambiar nuestras relaciones y actitudes ante el amor y tantas cosas.
El mismo amor, ¡qué de visiones y variantes manifiesta esta colección! De lo idílico (sin por ello implicar forzosamente lo falso), a lo real crudo, de la alegría a la amargura, pasando por la resignación, el desencanto, la ironía cáustica, pero también la comprensión capaz de anular el maniqueísmo del bueno y del malo. Teniendo en cuenta la condición imprescindible de tema tan universal y constante como es el amor, conforme la propia literatura ejemplifica desde siempre, resulta de veras gratificante también considerar la multiplicidad de perspectivas con la que estos autores contemplan y elaboran una materia literaria cuya importancia radica justamente en las posibilidades que encierra para intentar definir y describir el ser y la realidad humana. Que es, obvia decir, el más alto reto de la literatura.

Eugenio Suárez-Galbán Guerra

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