Identidad de los pueblos


Identidad de los pueblos
Poesía
VV. AA.
Coordinado por Alfred Asís
Poetas del Mundo
Isla Negra, Chile
2016

Prólogo

NUEVA
GEOGRAFÍA
DEL ALMA

Danilo Sánchez Lihón

1. Las entrañas
laceradas

Desde isla Negra en Chile Alfred Asís ha dado en el clavo al fijar como tema del trigésimo libro 
del proyecto cultural que él alienta e impulsa 
con fervor e inmenso coraje, abordando el tema de
“La identidad de los pueblos”, invitando para ello
a los poetas y a los alumnos del mundo a escribir.

Convocatorias que generan una gran movilización 
y un sentimiento de unánime adhesión mundial 
acerca de un asunto, un personaje, o un acontecimiento como lo viene haciendo de manera tenaz e incansable desde hace cinco años en que empezara 
esta tarea sobrehumana gigantesca.

Al convocar sobre este tema Alfred hace 
que volvamos a hundir el balde en el pozo propio buscando nuestras raíces en lo telúrico 
de nuestro sustrato y en lo ancestral de nuestras vidas, casi siempre dolido porque es de donde nos hemos apartado desgarrándonos en nuestro ser íntimo.

Buscándonos de nuevo en la memoria de nuestros pasos y en todo aquello que se dejó de lado. 
Y he aquí el sentido reivindicativo que tiene esta obra, 
al abordar un tema raigal, candente y trascendental, porque es conmover con él las entrañas 
que llevamos laceradas.
2. Rosa
de los vientos

Con el abordaje del tema de 
“La identidad de los pueblos” Alfred Asís evidencia 
lo que más es y lo caracteriza: ser un sembrador, 
un aparcero y hortelano del bien, 
el hombre que cultiva flores en el corazón 
y en la conciencia de la gente.
Al hacer que cada autor se introduzca en la raíz 
y en el cimiento que lo sostiene, 
en la savia vital y nutricia que lo sustenta y lo ampara.

En la fuente de lo soñado donde se hundiera la barreta de oro y se fundara el imperio más sublime del universo, en el origen de todo lo que nace y se gesta.

Epopeya donde él es el ser convocante, 
el demiurgo que crea un nuevo reino que hace que las personas extraigan de sí aquello que tienen 
y se expresen casi siempre con hondo compromiso 
y afecto.

Logra así Alfred una comunidad devota, 
unos correligionarios y creyentes de la palabra que canta, redime y encanta, que ilumina y defiende, 
configurando una diáspora, y una rosa de los vientos.

3. La tierra
natal

Identidad de los pueblos es la infancia de la humanidad, de las culturas y civilizaciones, del genio de los pueblos, 
de sus luchas, sus sueños, de las mil flores 
y los mil pétalos; de todo el arco iris reunido en un verso.


Es de los pueblos su origen y destino, 
sus pesares y alegrías, sus luchas y esperanzas. 
Es su historia, sus costumbres, sus leyendas, 
lo real y lo imaginario, tal como aparece 
en el transcurrir de las páginas de este libro.

La identidad es borbotón de sangre, pasión y espasmo. Es ofrenda a la vida. Es también sumisión, 
arrojo y coraje. Es elegir y ser elegido. 
De allí que todos estos poemas lo son del regreso, 
que vuelven y se hunden en aquello que los cobija.

No se van, no se ausentan ni nos dejan. 
No se distancian ni dispersan, sino que se acercan 
y se juntan creando una filiación y una pertenencia. Inspirados todos ellos por el amor a la tierra natal.

4. Amor
primordial

El amor a la tierra natal que es la prueba 
de que alguien ama de a verdad, y auténticamente, también a cualquier otro aspecto de la vida.
Porque, todos los demás amores se fundan 
en este amor primordial que marca nuestra índole, filiación y pertenencia.

Y es así, porque el amor a la tierra natal 
no es amor volátil, etéreo o artificial, 
que cambie al antojo y arbitrio del soplo de los vientos.
Este es amor de fondo, es fusionarse 
a las raíces y savias nutricias que nos prodiga la vida y que aflora natural, espontáneo y legítimo.
De allí que exija humildad por un lado 
y cultivado orgullo por otro, conformando así 
aquel valor fundamental que es la identidad.

Humildad y orgullo de su pueblo 
e identidad la de su gente. 
Lealtad con sus costumbres, tradiciones y paisajes. 
Y consustanciación con su destino, 
sabiendo asumirlo y encarnarlo 
a lo largo y ancho de la vida.

5. Hijo querido
de la vida

Los otros amores, ¡hay tantos!, 
son en realidad efecto del amor a la tierra natal 
que es amor primigenio, inaugural y autóctono.
Donde aquellos otros mencionados como amores 
acaso no lo sean, sino y quizás sólo quimeras, 
espejismos o devaneos pasajeros 
y hasta deliquios y ficciones.

Que llamamos apresuradamente amores, 
pero que lo serán de a verdad en la medida 
en que se funden en este amor originario 
y de irreductible profundidad 
que es el amor por ser hijo de la vida.

Que sabe rendirse y sucumbir 
ante ese amor a la tierra natal, 
que se conmueve ante la llama que flamea prendida 
a la leña que arde en el fogón familiar.

Que se extasía bajo los aleros de tejas 
que tienden sus alas elevándonos a soñar, y que se estremece en la penumbra de los cuartos bajo cuya sombra hemos nacimos a este mundo.


Amor de retorno al hogar, 
como es el de Antonino en Spartacus al recitar así:

6. Retorno
al hogar

Cuando el resplandeciente sol desciende 
en el cielo de poniente,
cuando el viento languidece poco a poco en la montaña, cuando la canción del ave de la pradera cesa,
cuando el grillo del campo calla en la llanura, 
cuando la espuma del mar duerme 
como una doncella que reposa,
y el ocaso roza el borde de la madre tierra, 
retorno al hogar.

A través de las azules sombras y los bosques púrpuras, retorno al hogar, regreso al sitio donde nací 
a la madre que me engendró y al padre que me enseñó.

Hace mucho, mucho tiempo, estoy solo ahora, 
en un mundo remoto, ancho e incierto.
Sin embargo, cuando el resplandeciente sol desciende, cuando el viento languidece poco a poco,
cuando la espuma del mar duerme 
y el ocaso roza el borde de la madre tierra, retorno al hogar.

7. Verdadero
amor a Dios

El amor a la tierra natal, asimismo, 
es el verdadero amor a Dios.
Ello es gratitud por la vida en el lugar 
que la vida nos asignó nacer; mucho más si el rincón 
en que vinimos al mundo es un sitio humilde.


Mucho más si ese lugar requiere 
la fuerza de nuestro brazo, el afecto de nuestro corazón 
y el ingenio de nuestra mente 
para hacerlo definitivamente hermoso.
Mucho más si en la tierra que nos vio nacer 
hay atrasos, inseguridades y cegueras por corregir.
Porque entonces así y de ese modo al amor 
se aunará la insignia, el estandarte 
y el pendón de la virtud, la voluntad y el compromiso.
Que nos coloca en el deber y a la militancia a favor de luchar por forjar el bien, que redundará en construir para todos aquí y ahora un mundo mejor.

8. Amor
que es casa

Amor a la tierra natal que además de emoción, 
es imperativo moral.
Que han de tenerlo mucho más quienes en aquella tierra tienen enterrados a sus antepasados 
y cuya sangre pulsa en nuestros latidos.
Más aún si en nuestros pueblos de origen 
han quedado sepultos pero palpitantes en sus acciones 
y gestos, nuestros seres queridos.
Y latente, imborrable y velando quieta en la puerta permanece nuestra infancia maravillada 
pero estupefacta ante tanto misterio.
Mucho más si en nuestra tierra hay carencias; 
mucho más si falta casi todo por arreglar y componer.
Porque al fondo de ella habita nuestro origen; 
el enamoramiento de nuestros padres.
Y el instante en que nacimos, a partir del cual existimos en este mundo y exploramos extasiados 
y sobrecogidos este universo.

9. Urdimbre
primera

El amor a la tierra natal es irrenunciable 
e imprescindible, porque estamos hechos 
de aquella arcilla primordial, 
y unidos a la urdimbre primera de nuestros latidos.
A las sombras y a las visiones que tuvimos de niños. 
A aquellas aguas impolutas que se desataron 
como lluvia o granizo, porque nuestros nervios y tendones están atados al viento silvestre que ulula en las montañas.
A las lentas hojas mecidas en el atardecer 
por la mano de lo incognoscible 
en los huertos de nuestras casas ensimismadas.
A lo alto de los muros y en lo profundo de las puertas, de lo cual no podemos desligarnos 
por el don irrenunciable de estar fusionados al origen.
Además, porque no hay nada comparable 
a lo que nos habita por dentro y vibra 
en la base biológica de lo que somos como naturaleza.

10. Amor
para nutrirnos

Es amor al cielo iluminado de nuestra aldea 
aquello que nos salvará de extraviarnos 
y ser batidos como poñas por el viento y la tempestad.
Amor al firmamento que se abre de confín a confín 
en lo alto y se expande al infinito, 
y que nos hace hondos y vastos.
Adhesión a la luna que cubre con su manto de plata 
la cadena de cerros protectores que vigilan compasivos 
el patio de nuestra casa nativa.
La misma que pese a que esté derruida, 
y nosotros nos hayamos ausentado, 
nos aloja todavía y nos alojará para siempre.

Incluso, cuando seamos sombras deambulantes 
que regresan llorosas y ya como almas a velar 
dentro de sus muros.
Ese amor a lo rústico y a lo inefable. 
Amor a la tierra natal que nuestros pies 
quizá pudieron dejar, pero en nuestro espíritu 
y dentro de nuestra alma jamás.

Epílogo
tenaz

Con esta son treinta obras hechas por Alfred 
convocadas mundialmente, logrando configurar 
para nuestros países otra geopolítica, 
otro mapa ni económico, ni político, ni histórico 
sino anímico, en base a lo mejor que somos y tenemos 
los seres humanos como es la capacidad de querernos, 
de comulgar y finalmente juntos triunfar.

Sentimiento oceánico el que él gesta, 
al recoger un inmenso caudal de sentimientos 
y emociones y fervores. 
Encendiendo tal entusiasmo y exaltación 
que solo así es posible hacer estos libros corales, 
oceánicos y poliédricos. Libros planetarios y ecuménicos.

Libros ríos, torrentes y cascadas de agua límpida 
que riegan y fecundan para que de la tierra 
broten las espigas. 
Propio de personas imbuidas de una fe adorable que cree, que tiene luz en los ojos y una llamarada de esperanza 
en el alma y en el corazón.
Libro este que es rayo que no cesa, 
donde se siente el grito de una multitud enfervorizada, vital y entusiasta. 
De ese modo se está cambiando el mapa 
de lo que produce conflictos, rencillas 
y finalmente guerras, forjando de este modo 
una paz verdadera, borrando de la faz de la tierra 
la codicia y el rencor, reemplazándolo por un mapa 
del afecto, del cariño y del amor.

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