Homenaje a Blasco Ibáñez


Homenaje a Blasco Ibáñez
Poesía y relato
VV. AA.
Colección "Algo que decir" VOL. XXXVIII
Ediciones Ateneo Blasco Ibáñez
Valencia, España
2017

PRÓLOGO DEL PRESIDENTE DE LA GENERALITAT

La figura de Vicente Blasco Ibáñez sigue constituyendo un referente de interés para la cultura y la sociedad de la Comunidad Valenciana. Sus libros se reeditan regularmente, surgen nuevos estudios que analizan su obra literaria o su influencia política, sus historias dan lugar a productos audiovisuales y encontramos referencias a su nombre en columnas periodísticas, comentarios o semblanzas. Se diría que el éxito que acompañó a su vida se niega a huir de su lado incluso cuando han pasado ya muchas décadas desde que nos dejara.

La celebración del 150 aniversario de su nacimiento ha supuesto una nueva prueba de esa innegable permanencia. En los últimos meses se han sucedido los homenajes, los actos conmemorativos, las conferencias o las publicaciones que han tomado como base su vida y su obra, y todas ellas han encontrado un notable eco. Ahora llega el turno de los escritores, el de las mujeres y los hombres que han seguido sus pasos y han encontrado en las letras el mejor camino para expresar sus sentimientos, sus puntos de vista o sus aspiraciones estéticas. 

Un buen número de ellos se ha propuesto rendir un tributo muy especial a la figura de Blasco Ibáñez con sus creaciones, con aportaciones muy diversas entre las que encontramos diferentes géneros literarios y estilos igualmente diversos. Todas ellas muestran admiración por el escritor, por el polemista, por el referente cívico o por el emprendedor que llevó su dinamismo y su curiosidad por todo el mundo y que nos ha dejado tras de sí páginas inolvidables.

A través de las páginas de este libro podremos ver a Vicente Blasco Ibáñez reflejado en espejos muy diversos que nos desvelan nuevos matices que nos ayudarán a entender mejor su personalidad. Las autoras y los autores que han unido sus colaboraciones a esta gran iniciativa han dado lo mejor de sí mismos en un empeño bien complicado, el de añadir nuevas aportaciones al universo de nuestro novelista. El lector encontrará una multiplicidad de perspectivas que toman como base la figura de Blasco Ibáñez, las sugerencias que están implícitas en su obra, los recuerdos unidos a su nombre o la admiración que sigue surgiendo en torno a él.

Espero que estas páginas sean de interés para muchas personas y que sus autores continúen avanzando por la senda de la literatura con fuerza y decisión, atentos a nuestra realidad y sensibles a los problemas de nuestro tiempo, siguiendo así el ejemplo de Vicente Blasco Ibáñez, que supo reflejar la situación de la sociedad valenciana que tan bien conoció y hacernos llegar a nuestros días un retrato fiel de nuestra tierra en unos años que fueron decisivos para el devenir de nuestra Comunidad.

Querría desde estas líneas felicitar al Ateneo Blasco Ibáñez, impulsor de esta iniciativa, por esta obra colectiva y también hacer llegar a los autores que han tomado parte en ella y a los lectores que son los destinatarios de estas páginas, mi más cordial saludo y mis mejores deseos para el futuro.

Ximo Puig
President de la Generalitat

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NOTA LIMINAR

del Honorable  Sr. Vicepresidente del Consell Valencià de Cultura de la Generalitat Valenciana.

Blasco Ibáñez, pasión valenciana

Blasco Ibáñez representa lo valenciano de un modo robusto, aventurero, racial e imaginativo, con una virtud añadida, y es que los valencianos durante generaciones se han reconocido en él por lo que tenía de elogio del éxito individual y discurso sobre el fracaso colectivo como pueblo. 
Otros escritores de la tierra no personalizan de forma tan contundente lo nuestro y lo que lo nuestro significa. Uno de los más y mejores poetas europeos del Renacimiento fue Ausiàs March, vate elegantísimo de una intensidad poco común, señor de Beniarjó y de La Safor, que murió en Valencia en 1459, de quien nadie discute su magisterio, su virtuosismo, su excelencia, pero no podemos decir de él que simboliza lo valenciano, y al decirlo tuerzo el gesto porque me disgusta haber escrito eso, aunque sé que es así.
Lo mismo es de aplicación a Jordi Sant Jordi y, algo menos, a Martorell. Más valencianos fueron la familia Borja aunque por otros motivos. Contemporáneo de Blasco fueron Azorín y Gabriel Miró, alicantinos ambos, letraheridos sublimes, como lo fue Gil-Albert, alicantinos finos, pero ausentes de la explosión sorollista con la que identificamos lo valenciano y que sí está en Blasco, como una gesticulación naturalista.
Todo sigue igual. Se cumple el 150 aniversario del nacimiento de Blasco Ibáñez y la sociedad valenciana se ha volcado con la pasión que solo él y Joaquín Sorolla despiertan entre sus paisanos. Baste recordar que tanto uno como el otro murieron fuera de Valencia, pero cuando sus restos fueron traídos a esta ciudad fueron recibidos por una multitud enfervorecida, que los aclamó a su paso, lanzando al aire sus canotiers de paja blanca a la vez que entonaba cantos de amor e himnos de paz.
Un personaje con el que tendría sombras es don Teodoro Llorente, claro que éste encarna un modelo mucho más autóctono, menos imaginativo, más etnográfico y gastronómico, con una proyección incomparablemente menor. Aunque daba en valenciano allá donde iba, incluido el Congreso de los Diputados que los llamó a los dos y les ofreció sus escaños.
Blasco y Llorente tuvieron buenas relaciones en unos momentos de sus vidas, que se rompieron hasta el punto de que Blasco hizo cuantos sarcasmos supo y quiso sobre el patricio valenciano.
Blasco es la albufera, las naranjas de Alzira y Carcaixent, es Sagunto y Valencia, es el Grao y el Palmar… Valencia es un escenario permanente, por eso se comprende que en el 2017, aniversario de su nacimiento, se hayan organizado y celebrado ya ciclos de conferencias, seminarios, simposios y reuniones para estudiar su obra y se hayan multiplicado las muchas tesis universitarias que ésta ha despertado. 
Cuando Max Aub regresó a Valencia en 1969 se encontró con la sorpresa de que le habían dedicado una Gran Vía (en realidad una avenida) a Jacinto Benavente, “Y aquí, en Valencia: Gran Vía de Jacinto Benavente. ¿A dónde está la Gran Vía de Blasco Ibáñez? No la hay siendo lo que sigue siendo para los valencianos, y murió en el año 28, y no hay calle de Blasco Ibáñez”. Solo habían pasado cuarenta años. 
Luego, muchísimo más tarde, se cambió el bellísimo nombre de Avenida de Valencia al Mar para dárselo a Blasco. Un desficaci sacrificar un hermoso nombre para poner otro con la cantidad de avenidas, paseos, bulevares, calles y granvías que hay con nombres menos atinados.
Max también fue al cementerio para visitar a sus padres y a su abuela, y allí se encontró, casi enfrente, el nicho de Blasco Ibáñez “con el alto relieve de mármol blanco tallado muy modern style se lee “Vicente Blasco Ibáñez”, y sus fechas (creo). Nada más. Bastante abandonado. Pequeño. Un nicho. Nada.” (...) “Ya se: muchos se acuerdan, se venden sus libros, sus hijos se pelean sus derechos ––es la vida–– pero ahí está don Visent, enterrado frente a mis padres, más lucida su tumba, la de mis padres, que la suya. Pasará. Se hará justicia. Tal vez. Tal vez no. A veces la historia es injusta y no importa para qué siguen creciendo los árboles”.
Lo cierto y verdad es que Vicente Blasco Ibáñez murió en Mentón, Francia, y no en Valencia, murió cuando aún flotaba en el aire el aroma de su 61 cumpleaños. 
Los tres grandes personajes del momento, el pintor Joaquín Sorolla, que murió cinco años antes que Blasco, a los sesenta años de edad, y el escultor Mariano Benlliure, un año más joven que Sorolla y que les sobrevivió ampliamente, representan la pujanza valenciana cuando la llamada Generación del 98 estaba lamiéndose las heridas provocadas por la torpeza de unos políticos botarates que llevaron a la pérdida de Cuba, del archipiélago de Filipinas, de las islas de Puerto Rico y de Gwan. Frente a esta congoja, lo valenciano (lo “levantino” en lenguaje noventayochista) representó la pujanza, la modernidad, la fortuna, el siglo XX, el optimismo, un cierto paganismo en el sentido clásico del término, la internacionalidad, y en Blasco, en lo político, un republicanismo progresista al modern style unido a una fama literaria en todo el globo, que aún se mantiene, aunque vaya perdiendo inercia, en mi opinión, a causa de la animadversión que una parte del noventayocho y en general de lo mesetario inoculó en algunos españoles influyentes, motivada porque ganaba mucho dinero, y su obra, muy pronto, estaba traducida a decenas de lenguas cultas. 
Cuando España se entregaba a idolatrar la bohemia, en una actitud con aromas pre existencialistas, con zambullidas en el fundamentalismo cristiano a lo Unamuno, la acracia vital del primer Azorín o de todo Baroja, el germanismo de Ortega o la bohemia de Valle Inclán como única forma de vida lúcida, Blasco estaba en Hollywood, introduciéndose en las nuevas tecnologías como la que representaba el cinematógrafo, y con novelas suyas convertidas en films protagonizados por Rodolfo Valentino, que admiraban los millones de compradores de sus libros.  
El tenue velo de silencio que ha caído sobre Blasco Ibáñez, tiene dos orígenes diferentes, uno esta tensión con el noventayocho que jamás le perdonó que ganara dinero, y mucho, con sus obras y sus escritos, porque los escritores españoles de ese momento chapoteaban en la convicción de que éxito es igual a mal escritor, y en Valencia, por ser un escritor en lengua castellana, en un momento en el que todos los huecos para la gloria los ocupan los autores valencianistas, renaixentistas o nacionalistas, entre los cuales no hay ni uno solo que pueda aproximarse al talento de Blasco, ese talento que ni Baroja, ni Valle Inclán, ni el primer Azorín quisieron reconocerle. 

Ricardo Bellveser.

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PALABRAS DE LA PRESIDENTE DEL ATENEO BLASCO IBÁÑEZ

Isabel Oliver, Presidente del Ateneo Blasco Ibáñez.
Fundadora del Movimiento Escritores pro Derechos Humanos.

HABLANDO CON BLASCO IBÁÑEZ

Una vez más, la palabra escrita certifica por derecho propio que, frente a la magnificencia de la oratoria, ella es la que deja constancia, de una forma duradera,  la parte de la obra  que en su momento el autor quiso que quedara reflejada, atrapada para siempre, para bien o para mal, en las páginas de un libro.

Este libro quiere rendir un sentido homenaje al patrono del Ateneo Blasco Ibáñez, D. Vicente Blasco Ibáñez. Es la aportación especial que cincuenta escritores, casi todos socios del Ateneo, queremos  ofrecer a Valencia como festejo  a nuestro patrono en el año cultural a él dedicado por el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento. 

Cuando me planteé escribir unas palabras, pensé en redactar una carta abierta al homenajeado en la que le contaría cómo había ido evolucionando Valencia desde que él nos dejara en mil novecientos veintiocho. Le hubiese hablado indefectiblemente de política, de que, si hubiese aguantado tres años más, habría conocido un nuevo orden, un orden democrático, y que, posiblemente, él habría sido llamado a ocupar un puesto importante… Le habría contado cómo fue su regreso desde Mentón a Valencia, los honores de Ministro que se le rindieron, las veinte mil palomas que se soltaron cuando el Acorazado Jaime I llegó al puerto de Valencia con su féretro, y cómo el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, acompañado de innumerables personalidades, junto con el pueblo valenciano, recibió sus restos el veintiocho de octubre de mil novecientos treinta y tres, a las nueve de la mañana. Blasco volvía así, con todos los honores, a ocupar un humilde nicho, según él dejara dicho, en el Cementerio de Valencia, la Valencia que tanto amó.

Siguiendo con el hilo argumental, le habría contado aspectos actuales de nuestro tiempo del siglo XXI. Le habría hablado de que su proyecto de abrir una avenida que llevase hasta el mar desde el centro de la ciudad ya es una realidad, y que lleva su nombre; le habría hablado de cuánta razón tenía al alertar sobre los nacionalismos, despropósitos desvencijados propios de personajes fanáticos que no valoran la paz y el bienestar que con tanto sacrificio se han dado los pueblos, porque, le haría saber a D. Vicente que España está repartida en diecisiete Autonomías, que la Constitución de mil novecientos noventa y siete, se diseñó para que los españoles fuésemos soberanos todos juntos, y no para que cada región se sublevase contra la nación, como desgraciadamente ocurre con alguna Autonomía.

Le habría dicho que España es una Monarquía Parlamentaria, y que el Rey no gobierna, pero que cumple la importante función de aglutinar a todos los españoles. Le diría que la propiedad privada es un derecho de todos por igual, lo mismo que el derecho al trabajo, a la educación, a la sanidad; que la libertad de expresión es un derecho protegido, que la tecnología ha avanzado tanto, que si él pudiera verlo, creería que la Humanidad se había vuelto maga… Y llegados a este punto, es posible pensar que si Blasco Ibáñez viviese en esta época quizás estaría en la Cámara baja representando a los valencianos y trabajando honesta y democráticamente por el bienestar de nuestra tierra.

Claro que, si esto fuera así, nos habríamos perdido sus fabulosas novelas, Cañas y barro o La barraca, por poner un ejemplo bien obvio, ya que, en el siglo veintiuno no ha lugar historias de campesinos y pescadores tan desgraciados por culpa de los caciques de pueblo y los terratenientes de turno. Eso pasó a la historia, y, si algo bueno tenían los escritores de los siglos pasado y anterior, es que  sus textos eran la forma amagada de ejercer su natural derecho de expresión, y enmascarando las verdaderas historias con grandes dosis de imaginación lograban eludir a la censura y ser el vehículo que expresara la voz del pueblo de forma contundente.  Pero a D. Vicente no le faltarían situaciones actuales por las que seguir reivindicando la libertad, la igualdad y la solidaridad, ya que, a pesar de los muchos avances logrados por la sociedad española desde el siglo pasado, aún no vivimos el estado idílico de bienestar que todo ciudadano persigue.  Se han destapado importantes casos de corrupción por parte de civiles y políticos, el independentismo acecha agazapado esperando la falta de energía del Gobierno… Si Blasco Ibáñez estuviera entre nosotros seguro que abogaría por la centralización de la enseñanza y la sanidad, dos aspectos importantes que están mermando el sagrado principio constitucional de la igualdad entre los españoles, ya que, debido a la primera, los estudiantes no conocen la historia de España en su totalidad, y por la segunda, hay distintos niveles de planificación en la atención al paciente. Seguro que también trataría de abolir el Impuesto de Sucesiones, que tan injustamente trata a los ciudadanos, según de qué autonomía sean, y el escollo más importante: la financiación justa e igualitaria, atendiendo al número de habitantes en cada autonomía, y no, como ahora, que debido a los pactos de gobernabilidad, cuando no, de apoyo a la votación de los presupuestos, hay regiones que consiguen un trato diferencial muy ventajoso en contraste con el resto de regiones autonómicas.  En fin, que no le faltarían estímulos a D. Vicente para seguir haciendo aquello por lo que se le recuerda: defender los derechos de los valencianos y escribir maravillas.

En este libro, los participantes lo hacen de varias maneras: con poemas a él dedicados, con artículos, con cartas a él dirigidas…

Nuestro agradecimiento al Presidente de la Generalital Valenciana, el Molt Honorable D. Ximo Puig, por la cercanía demostrada hacia nuestro proyecto: él prologa el libro y estará presente en la presentación. Nuestro agradecimiento al Honorable Vicepresidente del Consell Valencià de Cultura por su nota liminar y su implicación en la colección Algo que decir.  A todos los participantes, muchas gracias por contribuir a hacer realidad el proyecto de que, una vez más, la palabra escrita tome la forma perdurable que las grandes ocasiones se merecen.   

Isabel Oliver.

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